sábado, 29 de julio de 2023

JUAN BELMONTE CUENTA SUS INTIMIDADES TAURINAS

(Por: Rafael Dupouy Gómez) 

Juan Belmonte, el gran revolucionario del toreo. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Revisando algunos recortes de artículos taurinos conservados por mi querido abuelo Florencio Gómez Núñez, gran amigo del maestro Juan Belmonte, encontré en el periódico venezolano "El Nuevo Diario" de fecha, 23 de enero de 1917, la publicación de unas añejas e interesantes confesiones y anécdotas que realizó el "Pasmo de Triana" al periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, en un escrito dirigido a éste sobre sus inicios en el mundo del toro, redactado para un diario madrileño en diciembre de 1916.

Gómez Carrillo fue muy reconocido en su tiempo como un magnífico crítico literario, escritor, periodista y diplomático. Su obra fue fecunda, publicando aproximadamente, unos ochenta libros, sobre distintos temas, sobresaliendo principalmente por sus amenas crónicas y reportajes alrededor del mundo. Se destacó por su prosa modernista, siendo llamado el "Príncipe de los Cronistas".

Enrique Gómez Carrillo en París, Francia.

Como se recordará, Juan Belmonte visitó Venezuela en 1918, el año siguiente de la publicación de estas importantes confesiones, manteniendo una entrañable amistad con mi bisabuelo, el Benemérito General en Jefe Juan Vicente Gómez, Presidente de la República, aficionado taurino de excepción, al igual que sus hijos, siendo grandes impulsores y mantenedores de la Fiesta Brava en nuestro país.

A continuación, comparto con los amables lectores, las revelaciones taurinas de Juan Belmonte:  

INTIMIDADES TAURINAS

El fenómeno Belmonte. Uno de los reyes del toreo habla de su vocación, de sus glorias y de sus miserias. Belmonte, revendedor de calcetines. El tiempo en que el gran torero tenía piernas débiles. Sus aficiones filarmónicas. Graciosa aventura que le acaeció en Valencia. El hambre en la casa de Belmonte. Las novias y las borracheras del matador.

Madrid: diciembre de 1916.

Hace pocos días, charlando con el más íntimo camarada de Belmonte, nuestro compañero Antonio de la Villa, le preguntamos: "¿No querría el Fenómeno hablarnos de sí mismo?". Con su amabilidad conocida, Villa puso en el acto un telegrama a su glorioso amigo. Tres días después, el mismo Villa nos escribió: "Mañana vendrá Juanito sólo para escribir eso". Y hoy, el torero de las grandes emociones, en persona, nos trae el artículo interesantísimo que publicamos a continuación, y que será para los aficionados madrileños, en este momento de cierre de la Plaza, un regalo más raro y más exquisito que la mejor revista de nuestro llorado "Don Modesto".

Relata Juan Belmonte en su escrito:

Ilustre señor Gómez Carrillo: Yo sé que le pondría en grave apuro si se me ocurriera pedirle por escrito sus impresiones "de cómo y por qué se hizo usted literato". Y digo esto porque su contestación no tendría más importancia que la autoridad de su firma. ¿Por qué se hizo usted literato? Pues, porque nació usted literato. ¿Por qué me hice yo torero? Pues, porque lo llevaba dentro…

Me explicaré. Yo he sido, antes de torero, una porción de cosas: estuve al frente de la tiendecilla de quincalla que mi padre poseía en Triana; fui revendedor callejero de calcetines y tiras bordadas; estuve empleado en una agencia de transportes; actué como peón en las abrasa de Tablada, y hasta salí a correr mundos alguna vez, atraído por mis sueños de aventura, que andaban muy distanciados todavía de los toros.

Total: que llegué a los diez y siete años mirando para todos los caminos y sin saber cuál era el mío. Hasta los quince, me gustó jugar en la calle con los chicos, y creo que una de mis grandes pasiones fue ésta de torear. Entonces, como ahora, estaba poco ágil de las piernas, y mis amigos preferían que yo les toreara o torearme ellos a mí. Mi especialidad eran las banderillas al cambio y el matar recibiendo, precisamente lo que después no he practicado ni por casualidad. No tenía entonces público ni cartel, y es claro que tampoco existen biografiadores que puedan relatar aquellas hazañas. Pero a mí me consta que hacía con el capote y con la muleta todo lo que hago ahora y un poco más quizás.

Aquellas faenas resultaban emocionantes por lo tranquilas y reposadas. Como, además de ser un gran perezoso, había poca agilidad en las piernas, yo me contentaba con estirar mucho los brazos, quebrar la cintura y girar sobre los talones. Además, por entonces tenía yo grandes aficiones filarmónicas, y recuerdo que, al compás de los lances, intercalaba algunas canciones, con música y letra mía, que eran muy celebradas por mis mismos amigos.

Esto lo saco a colación por una aventura muy graciosa que me ocurrió en Valencia la primera temporada de feria que yo actué como matador. Se me dio la cosa muy bien en todos los toros. El día de los Miuras tuve una verdadera borrachera de suerte; todo lo que intenté lo realicé sin la menor dificultad; y, de pronto, sin saber por qué, me olvidé que estaba en la Plaza y me puse a cantarle al toro como les cantaba a mis camaradas cuando jugábamos en Sevilla. La cosa debió ser un poco escandalosa, porque entre barreras se hallaba mi amigo Joaquín Gómez de Velasco, que, más aturdido que yo, empezó a decirme: "Juan déjate de músicas y acaba de una vez, que no está la cosa para bromas!".

Aquella noche me dio la manía por cantar y por torear, pues me hice el enfermo, me quedé en el cuarto de la fonda y me pasé largo rato ensayando suertes nuevas con las sillas.

Pero sigamos con lo nuestro. Cumplidos los diez y seis años, se nos presentó un mal día por las puertas de casa el Hambre con todas sus desagradables consecuencias. Fue necesario disolver la familia, muy numerosa -mi padre no ha sido manco-, y por Asilos y conventos se desparramaron mis hermanitos, mientras yo, que era el mayor, me puse a luchar a brazo partido con la Vida, renegando de mi perra suerte, que no me había "condenado" a opulencia perpetua.

¡Pero no crea usted que el hambre me decidió torear! Nada de eso señor…

Gracias a Dios, yo soñaba entonces con otras cosas más prácticas, incluso con la de ser dueño de algún colmado como el de Eritaña o la de tropezar algún día con alguna "varita de virtudes" que me resolviera cómodamente eso del "pan nuestro de cada día".

En ese año de verdadera tragedia, que, sin ser hombre ni ser muchacho, hacía a las dos cosas, creo que pasé por todo. Tuve novia, me emborraché alguna vez, fumé los primeros cigarrillos, aprendí todas las picardías, practiqué algunas y conquisté en buena lid el campeonato de "giley", juego de cartas que, como dice mi querido Prudencio Iglesias Hermida, debe jugarse con el revólver entre las manos.

A los diez y siete años ya cumplidos, comencé a torear toros. Los más grandes que he toreado nunca. Entonces, para poder avanzar una pierna mía le tenía que pedir permiso a la otra. Tan flaco y desmedrado estaba, que mi actual banderillero Calderón, me sacaba todas las mañanas al sol y me obligaba a llevar en la mano derecha un enorme bastón de hierro, que yo dejaba voluntariamente olvidado en todos los sitios donde parábamos a descansar.

Creo que el placer más grande que he experimentado ha sido toreando. Y como todo hombre vicioso o pecador por algo, rehuyo de hablar con las gentes de mis vicios y de mis pecados. Por eso se meten conmigo, diciendo que no soy aficionado, porque no discuto ni hablo de toros en las tertulias donde se cultivan estas aficiones. Y hasta tal punto me gusta esto de los toros, que no constituye en mí una profesión ni un arte de vivir, y voy a decirle a usted una cosa, como prueba, que no he dicho nunca a nadie, ni a mí mismo: no pienso retirarme jamás de ser torero. Cuando los públicos me arrinconen por viejo o por inútil, yo seguiré metiendo el capotillo allí donde me dejen, en los beneficios, en las fiestas patrióticas, en las mismas encerronas. Como cuando empezaba de muchacho.

Porque, es lo que me digo: Si mi amigo Luis de Tapia tiene la manía de hacer versos, ¿cuándo dejará de hacerlos? Si usted, señor Gómez Carrillo, tiene la costumbre de escribir esas cosas que todo el mundo admira y todo el mundo lee, cuando llegue usted a viejo, ¿dejará usted la pluma?

De modo que torero soy y torero quiero seguir siendo. Y no le cuento a usted más cosas, por no "repetirme", ya que mis lances en Tablada, en la venta de Cara-Ancha, en la Plaza de Sevilla y en la de Valencia, los han contado mucho mejor que yo lo haría, escritores y periodistas, a los que ni puedo ni debo enmendar la plana.

Sepa usted, pues, que soy torero por vocación, y que me hubiera gustado ser torero…a mi estilo.

¿Puedo ser más honrado y más sincero en estas impresiones?

Le saluda con mucho afecto y estrecha su mano,

Juan Belmonte.

(Publicado en el periódico "El Nuevo Diario", el 23 de enero de 1917).


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