(Por: Rafael Dupouy Gómez)
Juan Belmonte, el gran revolucionario del toreo. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
Revisando algunos recortes de artículos taurinos conservados por mi querido
abuelo Florencio Gómez Núñez, gran amigo del maestro Juan Belmonte, encontré en el
periódico venezolano "El Nuevo Diario" de fecha, 23 de enero de 1917, la
publicación de unas añejas e interesantes confesiones y anécdotas que realizó
el "Pasmo de Triana" al periodista guatemalteco Enrique Gómez
Carrillo, en un escrito dirigido a éste sobre sus inicios en el mundo del toro, redactado para un diario madrileño en diciembre de 1916.
Gómez Carrillo fue muy reconocido en su tiempo como un magnífico crítico
literario, escritor, periodista y diplomático. Su obra fue fecunda, publicando aproximadamente, unos ochenta libros, sobre distintos temas, sobresaliendo
principalmente por sus amenas crónicas y reportajes alrededor del mundo. Se
destacó por su prosa modernista, siendo
llamado el "Príncipe de los Cronistas".
Enrique Gómez Carrillo en París, Francia.
Como se recordará, Juan Belmonte visitó Venezuela en 1918, el año
siguiente de la publicación de estas importantes confesiones, manteniendo una
entrañable amistad con mi bisabuelo, el Benemérito General en Jefe Juan Vicente
Gómez, Presidente de la República, aficionado taurino de excepción, al igual
que sus hijos, siendo grandes impulsores y mantenedores de la Fiesta Brava en
nuestro país.
A continuación, comparto con los amables lectores, las revelaciones taurinas
de Juan Belmonte:
INTIMIDADES TAURINAS
El fenómeno Belmonte. Uno de los reyes del toreo habla de su vocación, de
sus glorias y de sus miserias. Belmonte, revendedor de calcetines. El tiempo en
que el gran torero tenía piernas débiles. Sus aficiones filarmónicas. Graciosa
aventura que le acaeció en Valencia. El hambre en la casa de Belmonte. Las
novias y las borracheras del matador.
Madrid: diciembre de 1916.
Hace pocos días, charlando con el más íntimo camarada de Belmonte,
nuestro compañero Antonio de la Villa, le preguntamos: "¿No querría el
Fenómeno hablarnos de sí mismo?". Con su amabilidad conocida, Villa puso
en el acto un telegrama a su glorioso amigo. Tres días después, el mismo Villa
nos escribió: "Mañana vendrá Juanito sólo para escribir eso". Y hoy,
el torero de las grandes emociones, en persona, nos trae el artículo
interesantísimo que publicamos a continuación, y que será para los aficionados
madrileños, en este momento de cierre de la Plaza, un regalo más raro y más
exquisito que la mejor revista de nuestro llorado "Don Modesto".
Relata Juan Belmonte en su escrito:
Ilustre señor Gómez Carrillo: Yo sé que le pondría en grave apuro si se
me ocurriera pedirle por escrito sus impresiones "de cómo y por qué se
hizo usted literato". Y digo esto porque su contestación no tendría más
importancia que la autoridad de su firma. ¿Por qué se hizo usted literato?
Pues, porque nació usted literato. ¿Por qué me hice yo torero? Pues, porque lo
llevaba dentro…
Me explicaré. Yo he sido, antes de torero, una porción de cosas: estuve
al frente de la tiendecilla de quincalla que mi padre poseía en Triana; fui
revendedor callejero de calcetines y tiras bordadas; estuve empleado en una
agencia de transportes; actué como peón en las abrasa de Tablada, y hasta salí
a correr mundos alguna vez, atraído por mis sueños de aventura, que andaban muy
distanciados todavía de los toros.
Total: que llegué a los diez y siete años mirando para todos los caminos
y sin saber cuál era el mío. Hasta los quince, me gustó jugar en la calle con
los chicos, y creo que una de mis grandes pasiones fue ésta de torear.
Entonces, como ahora, estaba poco ágil de las piernas, y mis amigos preferían
que yo les toreara o torearme ellos a mí. Mi especialidad eran las banderillas
al cambio y el matar recibiendo, precisamente lo que después no he practicado ni
por casualidad. No tenía entonces público ni cartel, y es claro que tampoco
existen biografiadores que puedan relatar aquellas hazañas. Pero a mí me consta
que hacía con el capote y con la muleta todo lo que hago ahora y un poco más
quizás.
Aquellas faenas resultaban emocionantes por lo tranquilas y reposadas.
Como, además de ser un gran perezoso, había poca agilidad en las piernas, yo me
contentaba con estirar mucho los brazos, quebrar la cintura y girar sobre los
talones. Además, por entonces tenía yo grandes aficiones filarmónicas, y
recuerdo que, al compás de los lances, intercalaba algunas canciones, con
música y letra mía, que eran muy celebradas por mis mismos amigos.
Esto lo saco a colación por una aventura muy graciosa que me ocurrió en
Valencia la primera temporada de feria que yo actué como matador. Se me dio la
cosa muy bien en todos los toros. El día de los Miuras tuve una verdadera
borrachera de suerte; todo lo que intenté lo realicé sin la menor dificultad;
y, de pronto, sin saber por qué, me olvidé que estaba en la Plaza y me puse a
cantarle al toro como les cantaba a mis camaradas cuando jugábamos en Sevilla.
La cosa debió ser un poco escandalosa, porque entre barreras se hallaba mi
amigo Joaquín Gómez de Velasco, que, más aturdido que yo, empezó a decirme:
"Juan déjate de músicas y acaba de una vez, que no está la cosa para
bromas!".
Aquella noche me dio la manía por cantar y por torear, pues me hice el
enfermo, me quedé en el cuarto de la fonda y me pasé largo rato ensayando
suertes nuevas con las sillas.
Pero sigamos con lo nuestro. Cumplidos los diez y seis años, se nos
presentó un mal día por las puertas de casa el Hambre con todas sus
desagradables consecuencias. Fue necesario disolver la familia, muy numerosa
-mi padre no ha sido manco-, y por Asilos y conventos se desparramaron mis
hermanitos, mientras yo, que era el mayor, me puse a luchar a brazo partido con
la Vida, renegando de mi perra suerte, que no me había "condenado" a
opulencia perpetua.
¡Pero no crea usted que el hambre me decidió torear! Nada de eso señor…
Gracias a Dios, yo soñaba entonces con otras cosas más prácticas,
incluso con la de ser dueño de algún colmado como el de Eritaña o la de
tropezar algún día con alguna "varita de virtudes" que me resolviera
cómodamente eso del "pan nuestro de cada día".
En ese año de verdadera tragedia, que, sin ser hombre ni ser muchacho,
hacía a las dos cosas, creo que pasé por todo. Tuve novia, me emborraché alguna
vez, fumé los primeros cigarrillos, aprendí todas las picardías, practiqué
algunas y conquisté en buena lid el campeonato de "giley", juego de
cartas que, como dice mi querido Prudencio Iglesias Hermida, debe jugarse con
el revólver entre las manos.
A los diez y siete años ya cumplidos, comencé a torear toros. Los más
grandes que he toreado nunca. Entonces, para poder avanzar una pierna mía le
tenía que pedir permiso a la otra. Tan flaco y desmedrado estaba, que mi actual
banderillero Calderón, me sacaba todas las mañanas al sol y me obligaba a
llevar en la mano derecha un enorme bastón de hierro, que yo dejaba
voluntariamente olvidado en todos los sitios donde parábamos a descansar.
Creo que el placer más grande que he experimentado ha sido toreando. Y
como todo hombre vicioso o pecador por algo, rehuyo de hablar con las gentes de
mis vicios y de mis pecados. Por eso se meten conmigo, diciendo que no soy
aficionado, porque no discuto ni hablo de toros en las tertulias donde se
cultivan estas aficiones. Y hasta tal punto me gusta esto de los toros, que no
constituye en mí una profesión ni un arte de vivir, y voy a decirle a usted una
cosa, como prueba, que no he dicho nunca a nadie, ni a mí mismo: no pienso
retirarme jamás de ser torero. Cuando los públicos me arrinconen por viejo o
por inútil, yo seguiré metiendo el capotillo allí donde me dejen, en los
beneficios, en las fiestas patrióticas, en las mismas encerronas. Como cuando
empezaba de muchacho.
Porque, es lo que me digo: Si mi amigo Luis de Tapia tiene la manía de
hacer versos, ¿cuándo dejará de hacerlos? Si usted, señor Gómez Carrillo, tiene
la costumbre de escribir esas cosas que todo el mundo admira y todo el mundo
lee, cuando llegue usted a viejo, ¿dejará usted la pluma?
De modo que torero soy y torero quiero seguir siendo. Y no le cuento a
usted más cosas, por no "repetirme", ya que mis lances en Tablada, en
la venta de Cara-Ancha, en la Plaza de Sevilla y en la de Valencia, los han
contado mucho mejor que yo lo haría, escritores y periodistas, a los que ni
puedo ni debo enmendar la plana.
Sepa usted, pues, que soy torero por vocación, y que me hubiera gustado
ser torero…a mi estilo.
¿Puedo ser más honrado y más sincero en estas impresiones?
Le saluda con mucho afecto y estrecha su mano,
Juan Belmonte.
(Publicado en el periódico "El Nuevo Diario", el 23 de enero de 1917).