domingo, 23 de febrero de 2020

ENTREVISTA AL GRAN REJONEADOR DON ANTONIO CAÑERO


El magnífico rejoneador cordobés Don Antonio Cañero. Así acostumbraba adornarse cuando lograba dar muerte a los toros manejando diestramente los rejones. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Con motivo de haberse cumplido, el pasado 21 de febrero, un nuevo aniversario del fallecimiento del célebre rejoneador cordobés Don Antonio Cañero, comparto una interesante  y amena entrevista que le hizo el periodista Francisco Narbona, en Sevilla, el año de 1944.

La entrevista titulada "Confidencias de Don Antonio Cañero", que pude rescatar de nuestros viejos archivos taurinos, representa una muestra de la importancia y significado que aportó el insigne caballista, resucitando el antiguo arte del rejoneo español para el disfrute de la Fiesta Brava.

A continuación, el valioso documento:


CONFIDENCIAS DE DON ANTONIO CAÑERO

Por: Francisco Narbona

A la izquierda: Caballista admirable, Don Antonio Cañero, realizaba verdaderos prodigios cuando manejaba las riendas de sus hermosas jacas. A la derecha: Cañero en la plaza de Zaragoza, viendo doblar un burel muerto por un rejón clavado certeramente en el hoyo de las agujas. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Don Antonio Cañero, fina estampa de señor andaluz, bajo la sombra redonda del sombrero cordobés, es hombre cordial y simpático en extremo. Su figura, que durante muchos años convocó entorno a la entonces decadente fiesta nacional española multitudes de entusiastas, tiene todavía la virtud de atraer la admiración y el respeto de todos. Por las calles de Sevilla, Don Antonio Cañero tiene aquí tantos amigos como en Córdoba; su paso va prendiendo saludos a derecha e izquierda…

Ahí va Don Antonio Cañero.

¡Don Antonio!

¡Con Dío, Don Antonio!

Y Don Antonio, sonriente, se lleva la mano al ala del sombrero, en un ademán que tiene mucho de saludo militar —no se olvide que Cañero es teniente coronel del Ejército— y mucho también de rito campero. Exactamente lo mismo que su toreo, que reúne en una expresión de arte insuperada la mejor escuela ecuestre y ese modo original y auténtico de burlar al toro en pleno campo, sin más barrera que la habilidad del jinete ni más engaño que los giros y quiebros del caballo.

Nos dice Cañero: En mí nacieron a la vez la vocación de jinete y la afición a los toros. Mi padre era profesor de equitación... y vivíamos en Córdoba, donde el Guerra era todavía un ídolo. Cuando ya mayor nos trasladamos a Barcelona, perdí un poco el contacto con ese mundo fantástico y deslumbrante del toreo. Hasta que en unas vacaciones en Córdoba, quise probar fortuna como torero. Fue en una fiesta organizada por la marquesa del Mérito, con carácter benéfico, en la que también tomaron parte Clemente Tassara y Carlos Pickman. Como directores, para que todo saliera bien, llevábamos nada menos que a Joselito, al Gallo y a Posadas...

Don Antonio Cañero toreando a gusto en la plaza de toros de Barcelona, España. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Don Antonio entorna los ojos, evocando aquellos días... La cosa resultó tan bien que Don Antonio Cañero, que había ingresado en el Ejército, continuó tomando parte en numerosos festivales. Una vez, en Palma del Río, le alcanzó un toro y le causó graves lesiones. Otra, en Córdoba, quedó tan mal herido, que hasta recibió los Santos Sacramentos... Pero ni aun tan serios percances le apartaban de los ruedos. Volvía con más deseos de luchar. Un día vio al Guerra poner, a caballo, un par de banderillas a una vaca; y comprendió que él -jinete consumado- podía hacer algo más. La ocasión se la ofreció el general Primo de Rivera al organizar en Jerez y el Puerto dos festivales a beneficio de la Cruz Roja. Cañero, con un caballo que le prestó el aristócrata don José Pérez de Guzmán, rejoneó en ambas funciones. ¡Aquello era otra cosa! Animado por el éxito se presentó en Madrid en una corrida organizada por la marquesa de la Corona, a beneficio de los heridos de Marruecos. En el cartel figuraban además de los capitanes —que así se anunciaba— Cañero y Botín, los diestros siguientes: El Gallo, Sánchez Mejías, Granero, Chicuelo, Belmonte y La Rosa. La corrida a la que asistieron los reyes, fue para Cañero la consagración. Económicamente fue también un éxito para los organizadores: se recaudó más de medio millón de pesetas. Sevilla y otras ciudades de España fueron escenarios de los triunfos de Cañero. En la temporada de 1923, como profesional, toreó en veintitrés corridas. En 1924, contrató más de cincuenta, pero sólo tomó parte en cuarenta y ocho. En 1925 —la mejor temporada de Cañero— toreó más de setenta corridas y perdió, por diversas causas, unas veinte. En estos días Cañero tiene tres cuadras en España: una en Madrid, otra en Medina y otra en Córdoba. Hay ocasiones en que ha de ir de un punto a otro de España, sin tiempo casi para descansar. Una vez actúa en Vitoria. Al día siguiente lo hace en Albacete. Al otro, en Toledo. Su arte pasa las fronteras. Y en Portugal, en la plaza lisboeta de Campo Pequeño, se hace aplaudir por los recelosos aficionados lusos. Su concepción del toreo a caballo provoca una enconada polémica en la prensa de Lisboa. Frente a Cañero, un famoso revistero —Antonio Luis Ribeiro— reivindica el modo clásico del rejoneo portugués; al lado del español, se levanta la pluma y el prestigio de Rogerio Garcia Pérez, “el terrible Pérez”. París conoce también el arte de Cañero.

En el circo romano de Lutecia, en pleno Barrio Latino, don Antonio rejonea dos bichos, aunque sin llegar a practicar la suerte suprema. La prensa de París elogia al gran artista español. L’Auto y Petit Parisian se distinguen en el aplauso. En 1926 sufre Cañero un ataque de peritonitis a consecuencia de un porrazo recibido meses antes, en Bilbao. El doctor Moreno Zancudo consigue salvarle y pronto vuelve el gran rejoneador a los ruedos. Desde hace tiempo América le atrae y al fin se decide a dar el salto. En Venezuela, Perú, en México... se repiten triunfos. Cuando vuelve a España su nombre alcanza la más alta cotización. Hacia 1931, Cañero comienza a espaciar sus actuaciones. Cuando en 1936 se produce el Alzamiento, puede decirse que está retirado. Pero Cañero no sólo pelea por los alrededores de Córdoba, amenazados por los rojos, como uno más, sino que se ofrece con sus caballos para lo que haga falta. Así toma parte en varios festejos benéficos... Y en mayo de 1939, después del desfile de la Victoria, actúa en Madrid. Es su última corrida.

En el patio de cuadrillas de la plaza "El Toreo" de México, D. F., Don Antonio Cañero en compañía de los diestros mexicanos Luis Freg y José "Pepe" Ortiz. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Por cierto, cuando dije al general Saliquet que no tenía caballos para actuar, me contestó que podía contar con los doce mil del Ejército. Al final, tuve que decidirme por el que tenía la rejoneadora Beatriz Santullano.

¿Cuántos caballos ha preparado usted?

Muchos... Mire usted: hubo temporadas que tenía más de veinticinco...

¿Cuáles han sido, a su juicio, los mejores?

El mejor, una yegua, la "Bordeaux", del hierro de don Félix Suárez. Murió de una pulmonía en Francia... También era muy buena una jaca, "Galápago" se llamaba, que cuando veía que le podía al toro, llegaba sin miedo a los más difíciles terrenos. En muchas ocasiones, vencido ya el bicho por el rejón de muerte, saltaba sobre él y le derribaba.

¿Cuesta mucho trabajo preparar a un caballo para el rejoneo?

Es tarea difícil. Exige, aparte de una doma completa, acostumbrarlo al peligro del toro. Esto, naturalmente, sólo puede conseguirse bien en el campo.

¿Qué raza da mejores resultados?

El caballo español y los cruzados. Los purasangre no sirven.

Don Antonio Cañero hace una pausa en la conversación, para mostrarnos unas fotografías de algunos de sus caballos. Y después de admirarlas, proseguimos la charla.

¿Cree usted que el rejoneador debe saber torear a pie, o le basta un conocimiento general del toreo?

Es imprescindible que sepa torear. Sin saber cuál es la querencia de un toro, ni el terreno que hay que pisar, resulta peligroso encerrarse con un bicho en la plaza.

¿Qué diferencias esenciales advierte entre el rejoneo portugués y el español?

Responden a conceptos distintos de la fiesta. Allí la finalidad de la lidia no es la muerte del toro. Se busca el mayor lucimiento posible. Por eso salen embolados los bichos. Y así es fácil que el rejoneador pueda poner banderillas con las dos manos, sin peligro para el caballo.

Antes, cuando se guardaban con más rigor las llamadas reglas de Marialba, el caballero no podía ni ir siquiera en busca del toro...

Aquí en España, en cambio, es todo lo contrario. Al menos yo entiendo la lidia a caballo de otra forma. Aparte de burlar y quebrar al toro, corriéndolo como se hace en el campo, hay que preparar al toro para la suerte suprema: para la muerte. Y así, tras unos rejones cortos, con tope, que hacen las veces de las puyas, vienen las banderillas; y por último, el rejón de muerte...

¿Entonces, usted no cree perfecto intentar la suerte desde el caballo con el estoque?

De ninguna manera. El estoque es para el toreo a pie. A caballo no resulta airosa la suerte. Aparte del peligro que para el animal encierra. Lo justo es el rejón de muerte... Y si no se acierta a la primera, pie a tierra y a terminar con el bicho rápidamente, antes de que el público se aburra. En el rejoneo hay que ser breve. En la brevedad está el secreto del éxito.

Un recuerdo de la estancia de Cañero en México, en un festival charro, acompañado del General Roberto Cruz. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).

Y cuando don Antonio Cañero lo dice, así será. Él lo sabe mejor que nadie, porque ha recorrido en triunfo las más importantes plazas de la Península y de la América española. Y además porque en la moderna historia de la fiesta de toros, puede considerarse como el auténtico creador del rejoneo. Es verdad que en Portugal se practicaba, pero lo que ha hecho don Antonio —aparte de lo que su gesto valga como deseo de llevar a la fiesta el aire saludable del toreo campero— ha sido resucitar la mejor tradición “del más noble deporte español". El arte de Cañero empalma con aquellas fiestas de toros que servían de regocijo a las viejas ciudades españolas en memorables fastos... Es un arte, en fin, que ha unido el toreo del vaquero con el del caballero en plaza, sumando además las suertes del toreo a pie.

Sevilla, septiembre de 1944.

(Publicado en el Semanario Gráfico Taurino "La Fiesta", el 6 de diciembre de 1944, México, D.F.).

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